Susana Higuchi falleció y, sinceramente, lamento su pérdida. Jamás oculté mi desprecio a la familia criminal Fujimori, pero ella era una oveja negra en el desquiciado orden que lidera el exdictador Alberto Fujimori.
Susana figuró como primera dama en la primera etapa del gobierno de "el chino", hasta que se buscó silenciarla por saber demasiado; ella descubrió el robo que hacían las hermanas del dictador, y para evitar que hablara, fue secuestrada y torturada por mandato de su esposo, su hija ascendió al lugar de primera dama y olvidó a su madre. Los hijos renegaron de ella, despreciaron su existencia. Susana comentó en alguna ocasión lo diabólico que había detrás de Keiko, su facilidad para dar la espalda a su madre y quedarse junto a su padre.
Hubo un divorcio y una candidatura a la presidencia de parte de ella. Solo triunfó el divorcio.
Un justificante que usó la familia que la despreciaba, fue que la madre estaba enferma mentalmente, y buena parte de la población tomó las palabras de los agresores como una verdad absoluta.
La inyectaban y electrocutaban hasta la inconsciencia, esto le dejó lagunas.
En esos momentos, Perú estuvo en uno de los episodios más bajos de su historia en las últimas décadas. La prensa la despreció, el tiempo pasaba y la hija pródiga vio una ganancia jugosa en tomar a su madre y crear sensacionalismo. Hubieron llantos, abrazos, una familia que se unía para llenar portadas y sin el mínimo reparo por la salud de la matriarca. El tiempo le dio una justicia poética, ahora está en un lugar mejor, a gran distancia de la maldad de su descendencia.
Susana, una orquídea, una flor en medio del fango, buen viaje. No hay más por decir, solo que la justicia prevalecerá, eso se lo debemos.
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